La conjura de Venecia. El espía Francisco de Quevedo
Francisco de Quevedo es uno de los mas grandes escritores en lengua española del siglo de oro de las letras. En su tiempo también fue famoso por otro de sus oficios, era espía.
Quevedo era el secretario de Pedro Téllez-Girón Y Velasco, tercer duque de Osuna, lo había conocido en su juventud. Al duque le aburría la vida en la corte y le gustaba la acción. Había estado en combatiendo en Flandes, donde reorganizó al ejército he incluso pagando de su bolsillo cuando había bancarrota. Era muy conocido por su valor en combate, y también le encargaban evitar motines de la tropa.
Con la firma del tratado de Londres en 1604, fue uno de los miembros de la delegación española en Londres. Aprovechó para estudiar todo cuanto pudo de la marina inglesa. En 1610 consigue que le nombren virrey de Sicilia, llevándose a Quevedo como su ayudante. Hasta su llegada, Sicilia era un caos, llena de ladrones y con la corrupción de la administración por bandera. El duque se esmeró en dar seguridad en las calles y que los servicios públicos volviesen a funcionar. Al pueblo le agradó la vuelta del orden. El otro gran problema de Sicilia eran los piratas otomanos y berberiscos que asolaban sus costas, y aquí el duque vio negocio.
Convenció al rey para que le diese una patente de corso y armó una flota con su dinero. Se enfrentó a los piratas que iban a Sicilia derrotándoles y quedándose con sus barcos y sus mercancías. Desapareció el problema de la piratería en la costa. Le fue tan bien la armada que ya no solo se ocupaba de defender Sicilia, si no que además era él el que atacaba los puertos otomanos obteniendo grandes ganancias. De lo que ganaba un quinto para el Rey, otro para hacienda, y otro para la tropa, los otros dos quintos eran para el duque. Famoso fue su ataque al puerto de Túnez, donde se preparaban los berberiscos para atacar a la flota de indias. Debido su éxito el Rey le nombró virrey de Nápoles en 1616.
En Nápoles hizo la misma política que en Sicilia. Se ganó en parte el aprecio del pueblo, pero el desprecio de la nobleza napolitana que veía como su poder se achicaba ante la llegada del nuevo virrey. Al duque de Osuna no lo podían manejar. La flota del duque hostigaba a los otomanos en los puertos griegos provocando levantamientos y se hicieron dueños del mar adriático. El duque miró hacia el norte a por una nueva presa, Venecia.
Envió a su secretario Francisco de Quevedo con la orden de establecer una red de espionaje que pudiese facilitar su asalto a Venecia, era lo que en el siglo XX se llamó “La guerra fría”. Mediante regalos “reclutó” al embajador español en Venecia, el marques de Bedmar y también al gobernador del Milanesado, Pedro de Toledo. Milán por aquel entonces también estaba bajo poder español.
Francia y España libraban su particular guerra fría en la península itálica. Quevedo aprovechó la red que ya tenia el marqués de Bedmar y la amplió reclutando a los mercenarios franceses que trabajaban en Venecia. Querían crear el caos en el día de la Ascensión, un día de fiesta en Venecia donde se conmemoraba la boda del Dux con el mar y donde todo el mundo iba disfrazado. Ese día empezaba la revuelta tomando edificios oficiales, buques del ejercito y tomando como prisioneros a los principales dirigentes de Venecia, incluyendo al Dux. Toda esta operación debía quedar en secreto y ni siquiera el Rey de España debía tener conocimiento de ello, pues la Republica de Venecia era un aliado de la corona española.
Desgraciadamente para el duque y Quevedo los venecianos también tenían su red de espionaje para sus propios intereses, y eran muy efectivos. Entre los espías venecianos se hallaban también mujeres de vida alegre del veneciano barrio de Castelletto. A este barrio acudían muchos (o todos) los conspiradores franceses para disfrutar gastándose las monedas de oro español en noches de alcohol y pasión. Mas de uno en momentos de euforia habló mas de la cuenta, llegando a oídos de las espías del Dux.
Diez días antes de la fiesta de la Ascensión, Los venecianos ya tenían nombres y apellidos de los conspiradores, deteniendo, torturando y ejecutando a los mercenarios franceses capturados. Con la tortura empezaron a salir nombres también que se repetían una y otra vez. Nobles venecianos, diplomáticos españoles y comerciantes de otras naciones en busca de fortuna pagaron con su vida la conjura de Venecia. En pocos días murieron mas de 300 personas, apilándose sus cadáveres en los canales venecianos. La matanza se detuvo cuando se demostró la inocencia de un noble veneciano ya ejecutado.
Asaltaron la embajada española, pero el marqués de Bedmar ya había huido. Le acusaban de ser uno de los cerebros de la conjura, el otro era Francisco de Quevedo al que buscaban por toda la ciudad.
Quevedo sabia hacer su trabajo de espía, era inteligente y aprovechó todos sus conocimientos para salvar su vida. Se disfrazó de mendigo y anduvo durante dos meses sin que le descubriesen logrando salir en barca de la república y lográndose poner a salvo en España dedicándose solo a escribir el resto de sus días.
En Venecia quemaron los retratos del marques de Bedmar y de Francisco de Quevedo, el Dux había logrado anular la conjura.
Hay quien dice que dicha conjura en verdad no existió y todo era una treta del Dux para afianzar su poder y alejar a franceses y españoles de Venecia dándole otro vuelta de tuerca a esta guerra de espías. Lo cierto es que desde entonces empezó la decadencia de la Serenísima República.
En cuanto al Duque de Osuna la nobleza napolitana aprovechó la ocasión para acusarle de conspirar contra España y querer proclamarse rey de Nápoles. Volvió preso a España y acabó muriendo poco tiempo después una mazmorra en Madrid.
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